En busca del asiento perdido por León Art
_ Buenos Aires es una ciudad conflictiva. Está llena
de pequeñas guerras cotidianas, de enfrentamientos ínfimos y breves, de actos
nobles y de códigos. Somos muchos: casi 3 millones en la Capital y más de 12
millones en toda el área urbana. La convivencia no es fácil, y algunos no
ayudan a que lo sea. Quizás una de las escenas que mejor muestran la fragilidad
del equilibrio cotidiano se da todas las tardes, a varios metros bajo tierra…
__Subte 1 - La estación terminal: Son las 6:07 pm
de un miércoles en la estación Catedral de la línea D del Subte. El andén está
abarrotado. También lo están las boleterías y la escalera que conduce a la
salida. La gente se aprieta y se empuja. Un hombre flaco y pelado de traje azul
a rayas se desliza entre la gente como una anguila y logra llegar al frente.
Allí lo esperan sus contendientes: una chica bonita con reflejos rubios que
hace equilibrio con sus tacos mientras chatea en un Blackberry, un viejo de
bigote, pelada y anteojos parecido a Sábato y una señora petiza con pollera
hasta los tobillos y el pelo teñido de color témpera. La competencia promete
ser bestial. La verdadera acción no se desarrolla entre las filas de rumiantes
que avanzan con pasos de pingüino hacia las puertas. No. La auténtica batalla
encarnizada ocurrirá ni bien llegue el tren completamente vacío y se abran sus
puertas. Los lobos escaparán de la piel de cordero y serán capaces de devorarse
las tripas de todos los que se crucen en sus caminos. Nada se puede interponer
entre ellos y su objetivo: aquello que, a las 6:07 pm de un miércoles, muchos
consideran el más preciado de los bienes, aquel por el que vale la pena
recurrir a cualquier medio, sea un empujón o codazo, una carrera traicionera, o
un salto acrobático. Sólo importa conseguir un asiento.
|
|
_
Es un espectáculo bastante patético. La frecuencia de las formaciones de la línea D a esa hora es de 2:54 minutos: mayor que cualquier otra línea del Subte en cualquier franja horaria. Es cierto que una gran parte del millón y medio de personas que circulan diariamente en el subterráneo se concentra en esa estación y en ese horario. Viajar en esas condiciones no puede ser placentero. Pero 2:54 minutos… Ok, no es mucho tiempo. En la etiqueta porteña, 15 minutos de retraso se consideran perfectamente admisibles, como mínimo. Los turnos médicos se conservan por 15 minutos. E incluso algo tan riguroso como el horario de entrada al trabajo suele tener una tolerancia mínima de 5 minutos. Así que, 2:54… Si no me siento en este me siento en el próximo, ¿no? No. Al menos, no para todo el mundo.
Es un espectáculo bastante patético. La frecuencia de las formaciones de la línea D a esa hora es de 2:54 minutos: mayor que cualquier otra línea del Subte en cualquier franja horaria. Es cierto que una gran parte del millón y medio de personas que circulan diariamente en el subterráneo se concentra en esa estación y en ese horario. Viajar en esas condiciones no puede ser placentero. Pero 2:54 minutos… Ok, no es mucho tiempo. En la etiqueta porteña, 15 minutos de retraso se consideran perfectamente admisibles, como mínimo. Los turnos médicos se conservan por 15 minutos. E incluso algo tan riguroso como el horario de entrada al trabajo suele tener una tolerancia mínima de 5 minutos. Así que, 2:54… Si no me siento en este me siento en el próximo, ¿no? No. Al menos, no para todo el mundo.
_Estos “Jekylls” del mundo de la superficie se transforman en “Hydes”
una vez bajo las bóvedas de los túneles subterráneos. Mutan en zombies
que se agolpan y atacan unos a otros mientras murmuran con voz de
ultratumba: Asiento… Asiento… Así, el tipo con forma
de anguila se apura a pasar como si su cuerpo estuviera lubricado por
alguna baba que segrega la piel, mientras la chica del Blackberry, sin
dejar de escribir, extiende los codos hacia los costados y los clava en
todos los que quieran sobrepasarla y el Sábato se ve avasallado por la
multitud que lo empuja y mira con desesperación cómo cada silla en la
que clava los ojos acaba ocupada. La del cabello impresionista muestra
sus años de experiencia y, con la cabeza gacha, gesto adusto y
movimiento bamboleante, llega a un asiento justo antes de que se logre
sentar allí un adolescente vestido de flogger, que la mira con una cara
de culo que ella finge no ver. Esta vez no hubo grandes incidentes.
Nadie se quejó de los golpes ni los empujones, no había una embarazada a
la vista (que siempre ocasiona un revuelo y un dilema moral entre los
de los primeros asientos), no hubo peleas, gritos, ni amenazas.
|
|